lunes, 23 de noviembre de 2015

La trashumancia en Villena: patrimonio cultural por gestionar

El Ministerio de Cultura ha incoado el expediente de declaración de la trashumancia como Patrimonio Cultural Inmaterial (BOE 21-11-2015). Este es el primer paso para su declaración como Patrimonio de la Humanidad.

Si quieres conocer un avance sobre esta tradición milenaria en Villena y propuestas para su gestión, te invito a leer este artículo titulado "Nuevas propuestas de desarrollo turístico en Villena. Creación de una red de albergues ganaderos y reactivación de la actividad trashumante tradicional".

Enhorabuena pastores y ganaderos ;-)





domingo, 1 de noviembre de 2015

Caleras de Villena

(Extracto del artículo publicado en la Revista Villena 2012, páginas 111-112, editada por el M.I. Ayuntamiento de Villena)


La cal ha sido una de las señas de identidad de nuestra ciudad, ya que hubieron explotaciones que se dedicaron a la elaboración de ese material constructivo, siguiendo métodos de producción artesanal. 

Los hornos de las caleras villenenses estaban hechos con piedras calizas mezcladas con barro, solían tener unos tres metros de diámetro y unos 5 o 6 metros de altura. Dependiendo del tamaño de los hornos podía ser mayor o menor su capacidad. En los de mayor tamaño cabían 40.000 kilos de piedra. La cocción tardaba unos tres días, durante los cuales había que suministrar leña cada 20 minutos aproximadamente, tanto de día como de noche, alcanzando temperaturas de hasta 1000 ºC. En todo este tiempo se consumía muchísima leña: unos 30.000 kilos aproximadamente. Cuando terminaba la cocción, había que esperar por lo menos un día y medio para que bajase la temperatura y poder empezar a sacar las piedras. La cal que se sacaba de los hornos se consumía en un 30 %, con respecto a lo que era al principio, debido al agua que se perdía en la cocción. Por este motivo, de un horno con una capacidad de 40.000 kilos de piedra se extraía algo menos de 30.000 kilos de cal. Después de sacar del horno todas las piedras de cal viva, se comercializaban en cahíces o al peso.

En la parte Norte del casco urbano de Villena existieron tres caleras con una producción importante. Todas estas han desaparecido totalmente, por distintos motivos. Se conoce la existencia de una calera en la actual calle Quintín Esquembre, que se derribó para la urbanización de la zona y la construcción de la Iglesia de la Paz. De esta antigua fábrica, que contaba con dos hornos de gran capacidad, únicamente se conserva el nombre de algunos bloques de vivienda de la zona, como es el caso de los edificios “La Calera”. Las otras dos caleras se encontraban en la Umbría de la Celada, junto al Cementerio Municipal: una estaba situada en el lugar donde está en la actualidad el Mesón “La Calera”, y tenía un horno; y la segunda a unos 200 metros hacia el Noreste. Ésta última tenía un horno, almacenes y foso.

Las caleras mencionadas anteriormente estaban regentadas por familias dedicadas a esta profesión, cuyo trabajo les había sido transmitido de sus antepasados desde tiempos remotos, contando en épocas de demanda de cal hasta con seis o siete trabajadores. Pero, estas explotaciones no fueron las únicas que existieron en nuestro municipio, ya que conocemos otras de tipo doméstico o de pequeña producción. Este segundo tipo de caleras están diseminadas por el término municipal. Se trata de pequeños hornos situados al pie de las principales elevaciones calcáreas de la zona, y posiblemente empleados para la obtención de material de construcción para las distintas viviendas rurales y pedanías de nuestro municipio. Estos hornos tenían menor capacidad que los existentes en las caleras, siendo utilizados por labradores de la zona y maestros de obras en épocas de necesidad de cal. Este tipo de hornos, ubicados en el medio rural, los encontramos en las cercanías de La Zafra, en las Lomas de Carboneras, en la Sierra de Salinas y en la Solana del Zaricejo.


Horno de cal de pequeño tamaño situado al pie de la Sierra de la Zafra. Foto: JGG

viernes, 18 de septiembre de 2015

La fiesta del Caicón. Rituales festivos en la Villena de 1586


Artículo publicado en la edición especial de Moros y Cristianos 2015 de El Periódico de Villena


Uno de los rasgos característicos de Villena ha sido siempre, desde los tiempos más remotos, su condición de lugar de paso entre la Meseta y el Levante, y entre el Levante y la Alta Andalucía. Esto se observa en la existencia de ferias y mercados desde antiguo. Pero también se evidencia en el paso frecuente de soldados y en el tránsito por nuestras tierras de algunos monarcas, como el paso de Felipe II por Villena en el año 1586.


El rey venía de Aragón, de las Cortes de Monzón convocadas en 1585. En éstas se había reconocido a su heredero, el futuro Felipe III, de tan solo 7 años, que le acompañó en el viaje. Además, durante este itinerario también le acompañó su hija la infanta doña Catalina, a quien casó con el duque de Saboya. Después de un descanso durante el mes de enero y parte de febrero de 1586 en Valencia, la comitiva regia se dirigió a Madrid, donde llegó a principios de marzo (Fernández y Fernández, 1966, 426-427).

Felipe II. Autor Sofonisba Anguissola. Óleo sobre lienzo. 1565; 1573. Museo Nacional del Prado.



El itinerario y las etapas de esta caravana real las conocemos con mucho detalle. Así, sabemos que partieron de Valencia el 17 de febrero de 1568, discurriendo por Catarroja, Algemesí, Alcira, el Monasterio de Santa María de la Murta y el Monasterio de Sant Jeroni de Cotalba (Morel y Rodríguez, 1876, 313-314). El día 26 del mismo mes comieron en Bellús y durmieron en Xàtiva, permaneciendo allí hasta el jueves 27 después de comer. La llegada a La Font de la Figuera se produjo el 28 de febrero por la tarde. Allí pasó noche y, al día siguiente, sábado, después de haber oído misa en la Iglesia Parroquial, salió hacia Almansa, no sin antes adentrarse en el término de Villena (Alonso, 1977, s/p). Posteriormente, de Almansa continuó hacia Chinchilla y Albacete, donde llegaría posiblemente el 3 de marzo (Santamaría, 1983, 163).

Simultáneamente a la organización de este viaje, a principios de 1586 el Ayuntamiento de Villena tuvo noticias de Mosén Rubí de Bracamonte Dávila, Gobernador y Justicia Mayor del Marquesado de Villena, de que el rey Felipe II tenía proyectado pasar por nuestro municipio, por lo que se apresuró a preparar lo necesario para celebrar la visita del monarca. Villena deseaba dar al monarca una acogida especial debido a su condición de ser el primer lugar de la Corona de Castilla que volvía a pisar y el primer municipio del Marquesado de Villena.

Algunos de los preparativos realizados por el Consistorio villenense para esta bienvenida fueron los siguientes (Soler, 2006, 305-308; Alonso, 1977 y 1980):

1. Confección de una lista de vecinos que pudiesen formar una compañía de 150 arcabuceros para recibir al rey. Para el reclutamiento de la tropa se seleccionaron los más idóneos en el manejo del arcabuz. Se formaron quince escuadras de diez personas cada una, nombrándose como cabo de cada una de ellas a los quince villenenses con más práctica y experiencia. A cada soldado se le entregaron utensilios, armas, un kilo de pólvora y otro de plomo. Al mando de esta compañía se nombró capitán al Alcalde, Doctor Antonio Sempere. Pedro Díaz, Alguacil Mayor, fue designado alférez. Y sargentos, Juan de Torreblanca y Damián Díaz.
2. Se compraron, para el uniforme de la tropa, sedas y paños en Alcira; y sombreros del mismo color que los vestidos en Valencia.
3. Se compró un tambor nuevo para tal ocasión, y un segundo tambor -que estaba roto -, se reparó con un parche para ese día.
4. También se compró tafetán amarillo para confeccionar una bandera y un gallardete, ya que la Ciudad no tenía. Este asunto ya ha sido abordado en múltiples trabajos de investigación (Alonso, 1977 y 1980; Martínez, 2010).
5. Se hizo un llamamiento entre la población para que acudieran a este recibimiento el mayor número de villenenses posibles, ataviados con sus mejores ropas. Es digno de reseñar la severidad del protocolo de este acto organizado por el Ayuntamiento.
6. Finalmente, se prepararon 35 carros para el servicio del rey, con todo tipo de víveres. Además, también se formó una intendencia para atender las necesidades de los vecinos que se sumaron a esta expedición. En Alicante se compraron 2725 kilos de pescado cecial, 3000 sardinas y una bota de atún de ijada. En Villena se recogieron gallinas, huevos, hortalizas de varias clases y 64 fanegas de trigo del almudí, con las que se hizo pan.

De esta forma es como se movilizó el Consistorio y la población local para la realización de un acto festivo de demostración de contento por el paso de Su Majestad por Villena y recibimiento de su entrada al Marquesado.

La noticia de cuándo se produciría dicho acto llegó el 23 de febrero de 1586 de manos de Francisco Martínez de Olivencia, vecino de Villena venido de Almansa, quien comunicó al Ayuntamiento la orden del Gobernador del Marquesado de que “el viernes, a las 10 horas, la expedición se encontrase con él en los Alhorines, cerca de la Sierra el Rocín, en el lugar llamado El Alcaizón, llevando consigo mantenimiento para tres días” (Alonso, 1977, s/p). Gracias a este pequeño texto hoy sabemos que el lugar donde estaba prevista la entrada de Felipe II en Villena, y donde se realizaría el recibimiento organizado, es en el paraje del Caicón, situado en el Valle de los Alhorines. Allí se conserva un pozo, que actúa de mojón que delimita los municipios de Villena y La Font de la Figuera (García, 2006, 135-138). Este lugar aparece ya mencionado en la Relación de Villena de 1575, en la pregunta número 17: “y desde Villena al Mojón Blanco a do par(te) termino Villena con la villa de Almansa, tiene tres leguas de termino; y a la parte del norte, a do par(te) termino con la villa de la Fuente de la Higuera e villa de Almansa, que es al mojón del Caycon, tiene tres leguas de termino” (Soler, 1974, 25).

El pozo del Caicón, recientemente restaurado y recuperado por el Ajuntament de La Font de la Figuera. En este paraje es donde tuvo lugar el encuentro entre los villenenses, el Gobernador del Marquesado y la caravana real, encabezada por Felipe II. Foto: Jesús García Guardiola.


A continuación, cito literalmente el párrafo de Alonso Gotor (1977, s/p) por el que se recrea la salida de la marcha desde Villena hasta este histórico lugar:
Aquel viernes, 28 de febrero, temprano, salían los villenenses por la Puerta de Almansa formando una larga columna, que tenía delante de sí un camino de cerca de dos horas, bajo el mando del capitán Sempere. Dos tambores, uno recién estrenado y otro arreglado con un parche para ese día, eran redoblados durante la marcha. Allá delante el gallardete asomaba enhiesto por encima de las cabezas. Detrás avanzaban los apuestos soldados villenenses con su arcabuz a punto de revista. Seguía el alférez a caballo, enarbolando la bandera amarilla de Villena; y tras él, los Alcaldes, Regidores, Alguacil y Jurados.
A continuación eran conducidos 35 carros para el servicio del Rey; y después, cabalgando unos y sobre cherriones otros, seguían numerosos villenenses, hombres y mujeres, ataviados con sus mejores ropas, risueños y festivos”.

Una vez llegados al destino, fue el propio viernes 28 de febrero cuando se produjo el encuentro en el Pozo del Caicón de los villenenses con el Gobernador del Marquesado. Ese día el rey se encontraba en ruta entre Xàtiva y La Font de la Figuera, donde llegó por la tarde y pernoctó. Fue el día posterior, 1 de marzo de 1586, cuando Felipe II se adentró por este histórico paraje del Caicón en las tierras del Marquesado y en el Reino de Castilla, realizándose entonces este recibimiento festivo. Esta celebración pudo seguir el ritual que se hacía con frecuencia durante las fiestas patronales. Por ello me planteo que los preparativos y el ceremonial podrían entenderse como el embrión de lo que posteriormente fue la soldadesca que, asimismo, forma parte del origen de nuestras actuales fiestas de Moros y Cristianos.

Bandera, milicia, arcabuces, capitán, alférez, tambor, pólvora. Todos estos nombres son propios e identificativos de nuestras actuales fiestas de Moros y Cristianos. Estos elementos ya estaban presentes en la festividad del 1 de marzo de 1586 en el paraje del Caicón. Foto: Blas Carrión Guardiola.


Por último, no quiero finalizar este artículo sin agradecer al Ajuntament de La Font de la Figuera por la reciente restauración y recuperación del Pozo del Caicón, con motivo del 700 Aniversari de la Carta de Poblament de dicho municipio valenciano. Según el artículo 26.1.e del capítulo III de la Ley de Patrimonio Cultural Valenciano, se puede definir un Sitio Histórico como un “lugar vinculado a acontecimientos del pasado, tradiciones populares o creaciones culturales de valor histórico, etnológico o antropológico”. Por ello, el paraje del Pozo del Caicón, situado en la divisoria municipal entre Villena y La Font de la Figuera merece sobradamente este reconocimiento. Esperemos que algún día tengamos un Plan General de Ordenación Urbana como merecemos y podamos recuperar este tipo de enclaves históricos.




BIBLIOGRAFÍA

Alonso Gotor, Faustino:
(1977): “Villena en los viajes de Felipe II y Carlos III”. Revista Anual Villena, nº 27. M.I. Ayuntamiento de Villena.
(1980): “La bandera de Villena”. Revista Anual Villena, nº 30. M.I. Ayuntamiento de Villena.

Domene Verdú, José Fernando (1996): “El origen de la arcabucería y del ruedo de banderas en las fiestas de Villena”. Revista Anual “Día Cuatro Que Fuera”, pp. 208-210. Junta Central de Fiestas de Moros y Cristianos de Villena. Villena.

Fernández y Fernández de Retana, Luis (1966): “España en tiempo de Felipe II”. Historia de España, dirigida por Menéndez Pidal, tomo XIX, vol. II. Espasa - Calpe. Madrid.

García Guardiola, Jesús (2006): Arqueología, patrimonio y paisaje: el Valle de los Alhorines (Villena, Alicante). Vestigium nº 2. Monografías del Museo Arqueológico de Villena. M.I. Ayuntamiento de Villena.

Martínez Tomás, Amado-Juan (2010): La bandera de Villena. Origen, historia, enmarque vexilológico y posible controversia. Ganador 8º Premio de Ensayo e Investigación “Faustino Alonso Gotor”. Comparsa de Estudiantes. Villena.

Morel Fatio, Alfredo; Rodríguez Villa, Antonio (1876): Relación del viaje hecho por Felipe II en 1585, a Zaragoza,  Barcelona y Valencia. Escrita por Henrique Cock, notario apostólico y archero de la Guardia del Cuerpo Real. Madrid.

Santamaría Conde, Alfonso (1983): “El paso de Felipe II por Albacete en 1586”. Al - Basit. Revista de Estudios Albacetenses nº 12, pp. 149-167. Centro de Estudios de Castilla - La Mancha.

Soler García, José María:
(1974): La Relación de Villena de 1575. Instituto de Estudios Alicantinos. Serie I. Diputación Provincial de Alicante. Alicante.
(2006): Historia de Villena. Desde la Prehistoria hasta el siglo XVIII. Fundación José María Soler. Villena.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Las heridas del Valle de los Alhorines

Centro Penitenciario, autovía A-31, embalse San Diego, canteras de áridos, trasvase Júcar-Vinalopó, planta termosolar, línea de Alta Velocidad, Nudo de La Encina, canalizaciones post-trasvase, autovía A-33 (Fuente La Higuera)

Todas estas obras se han realizado en 12 años destruyendo casi por completo uno de los enclaves con mayor riqueza medioambiental de Villena: el Valle de los Alhorines. Y lo que es peor, todas estas obras públicas se han realizado sin ningún tipo de compensación en su entorno inmediato. Únicamente se puede mencionar el proyecto de reintroducción del cernícalo primilla.

En municipios vecinos, con parajes de las mismas características a los nuestros, se permiten batizarlos como "la Toscana valenciana", ofertando un producto turístico de calidad basado en el paisaje, bodegas y yacimiento ibérico. Mientras tanto seguimos abriendo nuevas heridas, como la planta termosolar, donde se iba a construir una zona de educación ambiental en la Casa Conejo de la que ahora no se habla. O el famoso Nudo de La Encina, que ha dejado aislado a La Encina, considerada por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles como uno de los 14 poblados ferroviarios puros que existen en España, y el único en la Comunidad Valenciana. O la autovía A-33, conexión entre la A-31 y la A-35 (tramo de Fuente la Higuera), cuyas obras están paradas -o tal vez no lo están- desde hace más de siete años.

Obras autovía A-33 en Villena (foto 17-12-2014)

Todas estas heridas abiertas muchas de ellas en los últimos años han modificado el paisaje natural del Valle de los Alhorines, configurado tradicionalmente por llanos de tierras oscuras y fértiles, donde se han sucedido armoniosamente los "montes de oro" de sus trigales, y la "riqueza sin fin" de sus viñedos, como muy dice la letra del Himno a Villena del compositor Manuel Carrascosa.

Partida rural de La Gloria (Valle de los Alhorines, febrero de 2004)

ENLACES DE INTERÉS:
Centro Penitenciario Alicante II
Embalse San Diego
La Encina en el olvido
Trasvase Júcar - Vinalopó
Embalse San Diego
Planta termosolar
Nudo de La Encina 1
Nudo de La Encina 2
Autovía a Fuente La Higuera
La Toscana Valenciana 1
La Toscana valenciana 2
Reintroducción cernícalo primilla

martes, 2 de diciembre de 2014

La huella de Soler

Ponencia realizada en el acto de entrega de Premios a la Investigación de la Fundación "José María Soler"
1 de diciembre de 2014

Cuando acepté el ofrecimiento que me realizó la directora de la Fundación "José María Soler" para ensalzar la figura de Soler en la apertura del acto de hoy decidí titularlo “la huella de Soler”. Una huella es la señal que deja el pie de una persona o un animal en la tierra por donde pasa, su rastro, su vestigio. Y quien mejor para hablar de huellas que un arqueólogo, aunque en este caso la tarea no ha sido muy fácil porque nunca conocí personalmente a Soler. Ingresé en la Universidad de Alicante en 1997, un año después de su fallecimiento. Pero, pese a ello, me puedo considerar un perseguidor de su huella, todavía hoy viva gracias a esta Fundación. Porque una huella también es la impresión, profunda y duradera, que puede causar alguien en otra persona. Y esto es lo que Soler es para mí, una huella que siempre me ha indicado el camino a seguir.

Y para hablar de José María Soler me tengo que remontar a los tiempos de mi infancia. ¿Existe una persona de mi generación que no guarde en recuerdo la visita al museo con el colegio? Seguramente no. ¿Porqué? Y en esto también nos ha dejado Soler una profunda huella. Ahora mismo lo vemos.


Corrían los últimos años de la década de los 80, cuando estaba estudiando 4º o 5º curso de EGB, y, acompañado de mis profesores de los Salesianos visité el Museo Arqueológico. Allí recuerdo, con mucho cariño, haber sido atendido por un señor, que actuó de magnífico guía de visita. En la excursión todos queríamos conocer el Tesoro de Villena, el museo en principio no nos importaba tanto y, además, teníamos la suerte de que nos lo iba a enseñar su descubridor. Todo un lujazo. El mismísimo “Indiana Jones” se presentaba ante una cuadrilla de jóvenes de unos 10 años.

Recuerdo el museo de aquél momento, con vitrinas repletas de objetos de sílex, cerámica, metal, hueso, etc. Los recuerdos de esta visita me sitúan al Tesoro de Villena en una pequeña habitación, dentro de una caja fuerte. Allí fue donde cerca de cuarenta jóvenes nos colocamos sentados en el suelo, dispuestos a contemplar el tesoro y escuchar las explicaciones del arqueólogo. De Soler recuerdo como nos contó, con todo lujo de detalles, como encontró dicho tesoro, que piezas lo compone y cual es su antigüedad. Todo ello mientras todos nosotros escuchábamos embobados. La mayor impresión, como no, la apertura de la caja fuerte, que provocó un espontáneo suspiro de admiración colectiva por lo que teníamos ante nuestros ojos.

Después de esta visita, claro, todos queríamos ser arqueólogos como Soler y descubrir un tesoro como el de Villena. Pero, en esta visita, también aprendimos algo muy importante que constituye un principio básico de la investigación arqueológica: que cualquier pequeña pieza era importantísima, que podría ser tan importante, o tal vez más, que cualquiera de las piezas del Tesoro de Villena. La visita al museo no se centró exclusivamente en la contemplación del Tesoro de Villena, sino que también discurrimos por algunas vitrinas, donde nos mostraron, entre otras piezas las siguientes:
  • Un cráneo, aplastado por accidente, que conserva en la sien un pendiente de metal.
  • Un chupete de hueso de un niño de la Edad del Bronce descubierto en un enterramiento en el Cabezo Redondo.
  • Un potaje prehistórico de habas con una cabeza de ajo aparecido en el interior de una olla de barro en el Cabezo de la Escoba.
  • Las primeras pinzas de depilación femenina conocidas, procedentes del Puntal de Salinas.
  • Y un curioso exprimidor de cerámica con vertedero y fondo sembrado de piedrecillas incrustadas, procedente de Salvatierra.

Transcurrido el tiempo, ahora valoro esta visita al museo de mi infancia más si cabe y valoro más todavía la figura de Soler. ¿Por qué? Pues por que, con todo el renombre que había adquirido a lo largo de su trayectoria, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante desde 1985, y con prestigiosos premios en su haber, no le importaba lo más mínimo hacer de guía para una excursión de escolares. José María Soler habría repetido miles de veces esa historia durante los años transcurridos desde que sucedió dicho descubrimiento, pero seguía disfrutando al contarla, narrando absolutamente todos los detalles de ese momento. Como ya les he dicho, un auténtico prócer atendiendo a unos niños de unos 10 o 11 años. Y nosotros claro, alucinando.



Y pasaron los tiempos del bachillerato y, no se muy bien cómo ni porqué llegué a la Universidad, donde me matriculé en la Licenciatura en Historia. Corría el mes de septiembre de 1997, había llegado tarde ya que Soler falleció un año antes. En la universidad fui afortunado, porque desde el primer año recibí la enseñanza del profesor Mauro Hernández, quien, seguramente inconscientemente, supo reavivar en mi interior esa profunda impresión que quedó marcada en mi interior tras mi visita al museo durante la infancia. Pues bien, en una asignatura llamada “Prehistoria II”, conducida por el profesor Hernández descubrí la importancia de la Prehistoria villenense, con continuas alusiones a yacimientos de mi municipio y al extraordinario trabajo de José María Soler, ese ídolo de mi infancia cuya huella volvía a removerme por dentro. La Cueva del Cochino, Casa de Lara, Arenal de la Virgen, Terlinques, Cabezo Redondo. Todos estos yacimientos los utilizaba como modelo para explicar el patrón de asentamiento de los grupos humanos de la Prehistoria en nuestra región. ¡Qué grande Villena! Y, ¡qué grande Soler! De esta forma, Mauro transmitía a cientos de estudiantes uno de los principales mensajes que he extraído con posterioridad de Soler tras la lectura de sus trabajos de investigación, y que dice algo así como: “Esa es la gran importancia de la Arqueología villenense. Por donde la toques te aparecen datos novedosos”.

Y, además, la Universidad de Alicante ponía a mi disposición excavaciones arqueológicas en las que podía participar como estudiante en mi localidad: estaba deseando conocer en profundidad el Cabezo Redondo y poder excavar allí.

Llegó el verano y participé en las excavaciones en Cabezo Redondo y en Terlinques, donde conocí a muchos arqueólogos que trabajaron en contacto con José María Soler. Tal vez por mi procedencia local, ellos me contaban numerosísimas anécdotas que recordaban de esas excavaciones con José María Soler. Su huella ha sido profunda en muchos de nosotros. De hecho, cuando esta gente me habla de sus recuerdos con Soler, lo hacen con una sonrisa en la boca.

El Cabezo Redondo ha sido y todavía es una auténtica escuela de Arqueología, donde los profesionales de nuestra provincia se han formado y siguen formándose, siguiendo como modelo la figura de Soler. De esta forma, Cabezo Redondo, se puede definir como la “cantera de arqueólogos de Alicante”, aceptando la polisemia de dicho término, es decir, tanto el lugar de formación, como el de duro trabajo, aunque, eso sí, recompensado por los importantes descubrimientos que allí se suceden.

Y pasó el verano, pero yo ya me encontraba sumido en una nueva afición que, por cierto, todavía no se ha detenido: la Arqueología. Así que, en los sucesivos años de carrera me dediqué a visitar e inspeccionar todos los enclaves arqueológicos del término municipal de Villena utilizando de guía, los trabajos de investigación de Soler. Allí pude explorar todos los recovecos de la historia local: la Cueva del Cochino, la Huesa Tacaña, el Pinar de Tarruella, Cueva del Lagrimal, Barranco Tuerto, el Peñón de la Moneda, el Puntal de los Carniceros, el Castellar, Castillo de Salvatierra, etc. Todos estos enclaves son fruto de la fecunda labor de José María Soler. Allí pude volver a pisar sus huellas y las de sus colaboradores.

De esta forma, con el conocimiento de nuestros yacimientos arqueológicos supe valorar una afirmación de Soler, que decía algo así como: “Esta zona es de una gran densidad de yacimientos, pegas una patada a una piedra y te encuentras con un yacimiento arqueológico. Aquí, en cuanto sales al campo, encuentras un yacimiento”. Esta es la huella de Soler, que hemos heredado en forma de un rico Patrimonio Arqueológico. El tiempo me ha venido a demostrar que no hay loma, cabezo, valle, rambla, covacha o sierra de nuestro término municipal que se haya escapado a su perspicacia. Así es, esta es la auténtica huella de Soler, quien con gran maestría supo abrir el camino, cuando éste estaba cerrado.  Aunque, por suerte también hay que decir que no lo descubrió todo. Así, tras su pérdida las investigaciones no se han detenido, al contrario, se han incrementado, ampliándose el espectro de yacimientos conocidos y profundizándose en el conocimiento de éstos, siempre siguiendo el modelo iniciado por don José María. Este rico Patrimonio histórico y arqueológico es el auténtico Tesoro de Villena.


Además, esta huella de Soler también se evidencia en los almacenes del museo. Allí se pueden consultar las piezas recogidas por don José María en sus intervenciones, cuidadosamente guardadas en el interior de pequeñas cajitas de cartón, en las que anotaba su procedencia, fecha y personas que le acompañaban. Estos materiales han ido itinerando por distintos lugares hasta la actualidad: desde la casa de José María Soler, donde los guardaba hasta debajo de la cama, pasando por el sótano del Palacio Municipal hasta los almacenes actuales del museo donde se guardan con el mismo cariño que les profesó José María Soler, se lo puedo asegurar.

Y el Museo, otra huella de Soler. En el museo se sigue respirando su esencia. Este es un punto en común donde se encuentran visitantes e investigadores. Personas que visitaron el museo acompañados por un guía irrenunciable, el fundador del museo, hace varias décadas y que regresan a ese lugar que recuerdan con tantísimo cariño y preguntan por esta persona. Además, durante su visita suelen presumir de ello: “la última vez que vinimos nos enseñó el museo el descubridor del Tesoro”. Y en este punto de encuentro también hay investigadores, que acuden a Villena, donde se encuentra un museo de referencia con una importante colección, de obligada consulta. Éstos, cuando les recibimos, bien en el museo o en el almacén, suelen recordar con nostalgia sus visitas anteriores en las que fueron atendidos por José María Soler. Estas son pruebas evidentes de su valía personal y de la huella que ha dejado en muchas personas, investigadores y visitantes.

En el museo, mantenemos la visita guiada personalizada, al igual que se hacía en la época de Soler. En pocos museos españoles se ofrece una visita guiada personalizada por parte de un profesional como se realiza en nuestro museo, aunque, por cuestiones de investigación objetiva, no debemos recuperar algunas de las anécdotas que daba Soler sobre ciertas piezas, por mucho que llamasen la atención a los visitantes. Este sería el caso del famoso guiso, el chupete de hueso, las pinzas de depilar o el exprimidor. En la actualidad estas piezas convendría reformularlas y actualizarlas a los datos del presente. Aún así, se pueden crear nuevas piezas de consulta obligada en la visita al museo, como los restos del yacimiento mesolítico de La Corona, el cesto de esparto y los husos de Terlinques; el peine de marfil, las puntas de lanza, las vasijas decoradas y las piezas de oro de Cabezo Redondo; la Mano de Fátima del Castillo de la Atalaya, los restos de la verja del presbiterio de la Iglesia de Santiago, o el reloj de Sala “el Orejón”.

Y en la Fundación, como no, también está presente la huella de Soler. Pero allí no sólo está la huella, está su legado, sus discos, su biblioteca, sus imágenes, diarios de excavación, manuscritos y la documentación de este trabajador inagotable. Desde aquí me adhiero a las reivindicaciones que realiza anualmente Loli Fenor, directora de dicha institución, solicitando la informatización y catalogación de dichos fondos y la apertura ordinaria de las instalaciones para su consulta. Sólo de esta manera se permitirá continuar el camino iniciado con la huella de Soler. Pero además, y para terminar, quiero felicitar a la Fundación José María Soler por el mantenimiento de los premios de investigación y de iniciación a la investigación, porque con éstos estamos consolidando la huella de Soler y ampliando el espectro de investigaciones. Este importante apoyo e impulso a los jóvenes investigadores, tanto de los que se inician en la investigación como de los universitarios perpetúa la memoria de José María Soler. Ellos son, sin lugar a dudas, los que siguen las huellas de Soler, como niños en la arena que pisotean la marca dejada por los pies de sus padres, siguiendo su ejemplo, imitándolos.